7.9.08

Personajes de mis viajes: el barbero de Haría

Haría es un pequeño pueblo en el norte de Lanzarote, en el interior de la isla, en un valle que es conocido como "el de las mil palmeras" por la obvia presencia de muchos de estos árboles, que lo convierten en un pequeño e insular Elche con acento canario.

Haría no es espectacular, no es uno de esos paisajes que nos impresionan y estremecen como la no tan lejana Timanfaya, pero sí tiene algo de la belleza de esos lugares en los que la naturaleza y el hombre conviven con una armonía especial.

El pueblo tiene un casco urbano algo disperso de casas bajas encaladas y con puertas y ventanas de madera pintada en verde. En el centro, su plaza es algo peculiar, ya que más que una plaza es como una ancha calle peatonal en la que han plantado una pequeña iglesia de un estilo un tanto indefinible y que parece relativamente reciente. Lo mejor de la plaza son los tremendos árboles de casi cien años que le dan una sombra tan densa como fresca en la que los jubilados pasan las horas y los días.

Justo cuando dejaba la plaza un hombre me llamaba con gestos y aspavientos varios desde la puerta de una casona vieja, una puerta que se partía por la mitad y le permitía apoyarse de forma que desde allí oteaba con total comodidad el pasar de la gente por ese punto, uno de los más concurridos del pueblo.

Atendiendo a la apremiante llamada entré en la casona descubriendo que se trataba de un edificio bastante peculiar: su interior era una única habitación rectangular, no demasiado grande pero muy alta pues llegaba al techo, sustentado por unas vigas de madera de aspecto no demasiado nuevo. Más o menos en el centro de la destartalada estancia un sillón de peluquería de los de antes, rodeado todavía de los pelos del último corte, y con un espejo viejo enfrente.

Y en el centro nuestro personaje, indicándome, de nuevo por medio de gestos, las copas que había en varios lugares de la habitación y los recortes de periódico en los que se le ve, mucho más joven, practicando la lucha canaria. Le pregunto su nombre y entonces dice, de nuevo por gestos, que es sordomudo, momento en el que lo único que puedo pensar es "vaya situación". No me siento capaz de desarrollar una conversación, pero se me ocurre pedirle permiso a mi anfitrión para sacarle una foto a lo que éste accede visiblemente encantado, se coloca junto al sillón posando como un auténtico profesional y, tratando de captar en mi encuadre lo más que pueda de la barbería, le saco esta foto:

barbero

Cuando se la enseñé le gustó bastante y a mí también me gustó, sobre todo cuando más tarde la vi en el ordenador a un tamaño mayor. Tengo pendiente mandarle una copia para que la cuelgue de la pared, como otro de sus trofeos.

Después de la foto le di las gracias con un cálido apretón de manos y me marché con la sensación de que había conocido a todo un personaje que, lamentablemente, no podía contarme su historia aunque, al menos, creo que algo de esa historia que yo tampoco sé contarles está en la foto.

3 comentarios:

Tamara dijo...

Muy buena la foto...y como dices, habla por sí sola...
Un beso.

Anónimo dijo...

Deliciosa historia y buenísima la foto, Carmelo.

perec dijo...

Sí, es cierto, las peluquerias y sus oficiantes son todo un pozo de sabidurias...