No todo el mundo tiene la posibilidad de cruzar un país prácticamente entero en un medio de transporte tan espectacular como el helicóptero y para ello hay dos razones obvias: los ciudadanos comunes no solemos utilizar los helicópteros como medio de transporte (aunque se están empezando a popularizar como vehículo para ciertas excursiones turísticas de alto nivel) y normalmente un país no es tan pequeño como para poder cruzarlo en un rato en cualquier cosa que no sea un avión.
Aunque no fue una excursión esencialmente turística, yo sí tuve la oportunidad de atravesar un país de norte a sur en la cabina de un helicóptero, sentado a la izquierda del piloto. Ese país, pequeño en tamaño pero grande en muchos otros sentidos, fue Israel, y el vuelo me llevó desde un punto al norte de Tel Aviv hasta las cercanías de Gaza, concretamente a las afueras de la ciudad israelí de Sderot, uno de los blancos habituales de los cohetes Kassam lanzados desde la franja a territorio israelí.
El motivo principal del viaje era conocer desde el aire el trazado de la Valla de Seguridad que separa Israel de los terriotorios palestinos de Cisjordania, lo cual resulto bastante interesante de por sí, pero lo mejor fue sobrevolar Jerusalén, una experiencia con no pocas resonancias bíblicas y que, desde luego, resulta difícil de olvidar.
Al llegar a sus cercanías tras superar las alturas de Judea, la ciudad se extendía a nuestros pies cubriendo la diferentes colinas y, a lo lejos, empezaba a apreciarse el abigarramiento de la Ciudad Vieja tras las murallas; sólo un poco más allá el oro de la Cúpula de la Roca nos recordaba que estábamos cerca de uno de los lugares más deseados, fotografiados y admirados del mundo. El helicóptero no sobrevoló la explanada del templo, supongo que eso era algo que podría resultar problemático dadas las circunstancias en las que vive Jerusalén, pero sí nos permitió contemplarla bien desde una distancia relativamente cercana, mientras nuestro guía, que llevaba ya un buen rato dándonos detalles sobre la Valla y describiéndonos su curso, guardaba un respetuoso silencio.
Como ya les he contado en alguna ocasión en este blog, hay lugares que mueven al respeto aunque no tengamos una conexión personal con ellos por nuestro nacimiento o nuestras creencias, Jerusalén es sin duda uno de ellos y la explanada del templo es, probablemente, el punto desde el que buena parte de ese respeto irradia (y su cara más reconocible desde el aire), así que verla desde unos cientos de metros arriba fue, como les decía, toda una experiencia y un privilegio de esos que tratas de valorar (y saborear) incluso en el mismo momento en el que está ocurriendo.
Obviamente, con la contemplación de un lugar tan especial como Jerusalén habíamos alcanzado el clímax del viaje y el resto, que siguió siendo interesante, no tuvo la misma intensidad. No obstante, todavía nos aguardaba una curiosa anécdota: el lugar elegido para aterrizar era, ni más ni menos, que el helipuerto particular del que fuera primer ministro Ariel Sharon, junto a su espléndida (pero tampoco particularmente deslumbrante) villa particular en las cercanías de Sderot. Por aquel entonces, por cierto, Sharon ya estaba gravemente enfermo en un hospital.
Desde allí, y ya por medios más habituales, visitamos algunos lugares interesantes en las cercanías de Gaza y en un momento de no poca importancia, pero eso ya se lo contaré otro día...
PD.: Desgraciadamente, la luz no era la más adecuada para obtener buenas fotografías de Jerusalén, lo que unido a la falta de costumbre, los cristales de la cabina y mi propia impericia en una situación tan poco usual hicieron que las fotos que saqué desde las alturas no resultasen especialmente satisfactorias y, desde luego, no puedan ser más que un pálido reflejo de lo sentí y vi aquel día. No obstante, le he dejado algunas de ellas.
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