Una de las profesoras de inglés que tuve en Nueva York juraba y perjuraba que la mejor Strawberry Cheesecake de la ciudad era la que preparaban en Junior’s, un viejo restaurante de Brooklyn que hoy por hoy tiene fama en toda la ciudad e incluso un par de locales más, nada menos que en Time’s Square y la Grand Central Station.
Fotografía del usuario de Flickr jenniferrt66
Si mi memoria no me engaña, cuando yo visité la Gran Manzana sólo estaba el viejo local de Brooklyn, fundado en 1950, así que un domingo me decidí a hacerle una visita y me puse a andar, desde mi base de operaciones en la parte chic de Williamsburg con la intención de probar la famosa tarta y, quizá, cruzar el puente de Brooklyn a pie.
Aunque Williamsburg es también parte de Brooklyn la excursión era de un par de horas andando y lo que es mejor, atravesando barriadas muy distintas de la ciudad, desde el Williamsburg judío, con zonas en las que uno llegaba a pensar que se encontraba en un peculiar Israel (autobuses escolares en domingo, hombres y mujeres vestidos y peinados del modo más tradicional, restaurantes kosher, rótulos en hebreo…), hasta algunos barrios negros en los que tenía la falsa sensación de ser el primer blanco que pasaba en décadas; o la zona cerca de mi casa en la que había búlgaros y rusos e incluso una catedral ortodoxa con las tradicionales cúpulas con forma de cebolla.
Por fin llegué a la esquina entre 386 Flatbush Avenue Extension y Dekalb Avenue en la que se encuentra el restaurante y encontré una mesa en la que me dispuse a pasar un buen rato, tarta mediante. La tarta estaba rica, sí, pero tampoco era algo tan inolvidable: como la mayoría de los postres que tomé en Nueva York el exceso de azúcar era una tara casi insuperable para mí.
Sin embargo, lo que me encantó fue el restaurante en sí, decorado como si todavía estuviésemos en los años 50 (supongo que lo mantienen tal y como era cuando se inauguró) y con un ambiente muy familiar y bastante cercano, a pesar de que no es ni mucho menos un local pequeño.
El público me resultó también fascinante: además de unos pocos turistas despistados como yo mismo la inmensa mayoría de los clientes eran familias negras que se acercaban a comer algo después del oficio religioso y vestidos de domingo. Normalmente, todos los miembros de la familia participaban en la excursión y el restaurante se iba llenando de grupos que, en no pocos casos, se saludaban de una a otra mesa como educados vecinos o, quizá, miembros de la misma iglesia.
Perdonen la simpleza, pero me sentía dentro de una serie de Bill Cosby y descubrí que algunos de los personajes que aparecían en aquellas comedias televisivas eran mucho más reales de lo que podíamos pensar desde España: los jóvenes trajeados pero a lo moderno, las abuelitas con sombreros de lo más coquetos y con redecilla, los padres de familia también trajeados pero con tirantes…
Casualmente, el personaje más llamativo del local estaba sentado en la mesa junto a la mía: un hombre de color de unos 50 años vestido con un imposible traje de cuadros verdes y blancos (puede que fuesen marrones, soy algo daltónico), sombrero a juego, pajarita, las manos cargadas de anillos de oro y un bastón que parecía no tener otra utilidad que culminar el conjunto de la forma más estilosa posible.
Este es (o será), el auténtico protagonista de este artículo, pero como con la introducción ya me he alargado peligrosamente voy a dejarles con la miel en los labios y continuaremos mañana hablando de él.
PD.: La foto de la tarta es, obviamente, de la página web de Junior's.
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