Cuando uno visita Estambul se lleva la impresión de que los turcos aman desaforadamente, adoran, vender (y es de suponer que también comprar). Obviamente, si no se ha visitado ninguna otra ciudad de un país tan grande es imposible saber si esta es una costumbre propia tan sólo de los habitantes de la antigua Constantinopla o es lo que podríamos denominar un "deporte nacional”, pero es tal la abundancia de tiendas, restaurantes, cafés y puestos callejeros de todo tipo que uno se atrevería a apostar que esa curiosa fiebre consumista debe abrasar a toda Turquía, aunque también es probable que en otros lugares con menos gente y con una economía seguramente más deprimida no se encuentre uno con tal furor comercial.
Bien, pues como decíamos Estambul tiene multitud de tiendas: grandes y pequeñas; lujosas, quizá algunas de alfombras o de cerámica destinadas a los turistas, y francamente pobres; con escaparates muy occidentalizados, por así decirlo, o sorprendentemente anticuados para los ojos de un español; y, por supuesto, de las más variadas gamas de artículos que imaginar se pueda. A estas hay que sumar los miles de puestos callejeros: de comida, de chucherías, de imposibles fundas para teléfonos móviles o incluso ofreciendo servicios aparentemente impropios de ese entorno ambulante como el plastificado de documentos.
Para aportar más color a las calles y no poca confusión al viajero las tiendas compiten con los vendedores ambulantes por el espacio en las aceras, y no sólo sacan algunos ejemplares de su género al exterior para que sirvan como reclamo, sino que cuando no tiene clientes es el propio vendedor el que sale a la calle a llamar la atención del viandante, ofrecerle la posibilidad de disfrutar de sus artículos aunque no compre – just look sir, just look! – y tratar de establecer conversación por cualquier medio. Así que un paseo por cualquiera de las zonas comerciales de Estambul, que son casi todas y desde luego TODAS las turísticas, se convierte en un continuo Where are you from sir? Can I help you? Do you like carpets, kilims?
Hay que reconocer sin embargo que por regla general su insistencia es, afortunadamente, bastante limitada, por lo que el trayecto no llega a hacerse excesivamente incómodo para el viajero, que estoicamente va repartiendo Nothanks a diestro y siniestro y sólo en contadas ocasiones tiene que subir la voz para desanimar a un vendedor especialmente insistente.
Y para que ningún espacio con abundancia de viandantes se quede sin explotar sus aparentemente nulas posibilidades comerciales (nulas a los ojos del viajero, al menos), los tenderos de Estambul tratan a su ciudad como tratamos los españoles al cerdo, es decir, que todo se aprovecha y no hay hueco en el que no haya una pequeña tienda, ya estemos en las puertas de una mezquita, en un puente o junto a las taquillas de los transbordadores de Eminönü, cualquier espacio de 1 x 1 es susceptible de ser llenado a rebosar de género. Y si no hay ni ese mísero metro cuadrado no nos preocupemos, el vendedor ambulante colocará rápidamente su manta para que tengamos a qué mirar mientras pasamos.
Sin embargo, los paraísos de las compras en Estambul, sus centros neurálgicos, casi podríamos decir que sus templos, son los bazares, sobre todo dos de ellos: el Bazar de las Especias y, por supuesto, el Gran Bazar. Pero ya nos estamos alargando demasiado, así que me van a permitir ustedes que hablemos de los bazares otro día. No se preocupen, será pronto.
El "escaparate" de una tienda de alimentación.
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